Friday, January 15, 2010

La ciudad sin veredas ni vecinos

En Orlando, pueblo grande y extendido, no se camina, se maneja el auto.
Y es bastante difícil orientarse, porque los negocios se repiten de tanto en tanto con estricta precisión:
Una farmacia a un lado, enfrente la competencia. Aquí un McDonald, allí un Burger King.
Una librería a la derecha de la calle, a la izquierda la rival. De vez en cuando una plaza de cemento rodeada de negocios. Por supuesto, plazas iguales entre si.
Lo general arraso con lo particular y el sentimiento de volver una y otra vez sobre los propios pasos es casi onírico.
Ni hablar de numeración. Existe, pero no muy visible, por lo que se pasa una y otra vez hasta localizar un pequeño numerito casi invisible desde la velocidad del auto.
Por suerte existe el U turn, o sea el retomar, por lo que de ultima se conoce el lugar de tanto transitarlo una y otra vez, de aquí para allá y viceversa.
Diferente, muy diferente a la ciudad de los kioscos y peatones y colectivos y gente y palabras.
Cada quien en su mundo, hablando por celular y aislado en su burbuja automotriz.
Muy temprano, en la mañana, los vecinos salen a trabajar.
Murmuran un “good morning” y se encierran en su auto. Vuelven a la tarde directo a su puerta, que se abrirá la mañana siguiente para repetir el ritual.
Tuve la suerte de mudarme al mismo tiempo que una señora de Detroit y de compartir con ella la dificultad de no poder trabajar. Yo por falta de permiso, ella por falta de transporte.
Nos hicimos amigas y compartimos la nostalgia por las veredas, los ascensores y las calles angostas.
Prueba de que el refrán Dios aprieta pero no ahorca es de absoluta veracidad.

Wednesday, January 13, 2010

Llegar y unos días mas

Llegar.
Luego del desgarro de la partida llegar es un hito. La decisión realizada.
Un suspiro y a respirar de nuevo este nuevo aire. Vivir.
Respirar -sorpresivamente- no el aire puro y limpio como habíamos imaginado, sino un aire viciado por interrogantes –propios y ajenos-.
No obstante hay expectativa, ilusión, esperanza.
Pero las dificultades no dichas aparecen como una larga fila de fantasmas que atan manos y pies, y la sensación es de estar aprisionados en un sistema que expulsa al que llega.
Difícil trabajar, difícil vivir, difícil hasta conseguir vivienda.
Difícil la soledad. Todos trabajan. No tienen tiempo y el que llega no entiende esta cultura en que no hay tiempo más que para trabajar
Cuando tiene oportunidad de estar en compañía , los que ya están parecen solazarse con las dificultades que se padecen y cuentan con cierto gozo las que ellos atravesaron.
Pero ni una mano se tiende para ayudar. Solo palabras de pseudo aliento: “El primer año es el peor””Yo lloraba todos los días””Conozco a alguien que salió adelante, pero no me dice como…”
Es cierto. No se dice como. No existe la solidaridad ante el que llega, sino regocijo ante las dificultades que padece. Es duro.
La oferta de “te quedas en casa” se convierte en una expulsión no totalmente velada que se exterioriza en la cara de pocos amigos.
Y como sea se consigue más rápido de lo previsto un lugar donde vivir. Donde poder llorar la amargura de la decepción.
A la semana de llegar tuve neumonía, y en el hospital me internaron para tratarme.
Tres días y nueve mil dólares después sali del hospital decidida a conseguir departamento.
Ese mismo día lo alquile y me mude.
Mi primer noche sola fue atroz. A los diez días de haber llegado en un departamento vacío, yo mis valijas, un colchón y un celular.
En un barrio desconocido, sin poder trasladarme, porque sin auto las distancias no lo permiten.
Con algunos remordimientos por haber ocupado el tiempo de mi hijo, que dejo de trabajar para ayudarme en la búsqueda y en el traslado.
Esa noche no dormí, el sentimiento de desprotección y la imposibilidad de compartir la añoranza, el dolor de la soledad y la decepción de la llegada.
Al poco tiempo y gracias a mi hijo compre un auto. Casi puedo decir que me independice.